El agua es mucho más que moléculas formadas por dos átomos de
hidrógeno y uno de oxígeno unidas por un enlace covalente y que interactúan
entre sí a través de puentes de hidrógeno.
El agua es la fuente de la
vida, dándole a todo organismo el medio propicio para existir. Adicionalmente,
el agua sirve para limpiar, para remover impurezas, suciedad. En mi caso, el
agua no sólo me limpia por fuera, sino que tiene un efecto renovador también a
nivel del alma, la sana, la hidrata, la limpia, la llena. Pero también me ayuda
a esconderme, a desaparecer del mundo (al menos en mi cabecita), y cuando
lloro, mis lágrimas se mezclan y desaparecen también.
Por este efecto tan curativo, tan necesario, acudo lo más que
puedo a espacios con cuerpos acuáticos, en los que puedo sumergirme en mi
propio espacio de felicidad. De las mejores sensaciones que puedo experimentar
es estar inmersa en una laguna o un río, rodeada de naturaleza, de plantas, de
frescura, de vida.
Este último año ha sido demasiado intenso, he perdido personas que
significaron mucho en mi vida, y los únicos momentos de verdadera plenitud los
he vivido en el Lago Petén Itzá, en el Lago Atitlán, en el río Napo, en el
Océano Pacífico. Nadando fui dejando poco a poco el dolor en el agua, y fui
calmando el espíritu, ese que no encuentra sosiego fácilmente, y por ello me
siento muy agradecida con este líquido celestial.