Por mucho tiempo
tuve problemas con mi identidad. No me agradaba la idea de ser mujer, y me
sentía muy mal al respecto. Cuando me comenzaron a crecer los senos, trataba de
ocultarlos usando t-shirts flojas, y sostenes muy apretados para “aplastarlos”.
La llegada de la menstruación fue uno de los eventos más horribles que podía
haber experimentado (qué poco sabía de lo terrible que se puede poner la vida).
Entonces, físicamente me sentía como una aberración de la naturaleza.
Por otro lado,
crecí en un hogar bastante machista, en el que “las mujercitas” teníamos que
atender a los hombres de la casa, yo no podía reír o hablar muy fuerte porque
no era digno de una señorita, y en el que también me sobreprotegían del mundo
exterior. Recuerdo que desde pequeña estaba inconforme con esa situación, aunque
también es cierto que, en medio de todo eso, siempre hubo mucho respeto y amor
en el hogar.
Como toda nena,
mi papi era mi ídolo, pero siempre tuve la impresión de que él hubiese querido
que yo naciera hombre, hubiera sido más fácil para él criarme y cuidarme. Mi
relación con él no era mala, pero él siempre estaba corrigiéndome, y hasta
cierto punto, limitándome, me parecía muy difícil obtener su aceptación.
Diferíamos mucho en nuestra forma de pensar (aún lo hacemos), y eso generaba
también cierta tensión entre los dos. En contra parte, su relación con mi
hermano era totalmente fresca y relajada, pues él parecía llenar sus
expectativas. Yo creía que tal vez si yo hubiese sido hombre, nos hubiéramos
llevado igual de bien.
En fin, abundaban
las razones para que yo no quisiera ser mujer. No tenía muchas amigas, porque
encontraba a las otras chicas un tanto aburridas y vacías, y toda la vida me he
llevado mucho mejor con los hombres, llegando a convertirme en el “cuate sin
chile” de varios grupos de amigos.
No fue hasta hace
unos años que decidí abandonar esa forma de pensar, que solamente me dañaba y
me limitaba a mí misma. Me di cuenta de que había logrado ya muchas cosas, y que,
a pesar de las dificultades, iba alcanzando metas. Además, conocí mujeres
maravillosas en el camino, que han sido inspiración y me hicieron mandar a la
mierda mis paradigmas con respecto a tener amigas, aprendí a vivir la verdadera
sororidad, construyendo una red de apoyo mutuo, en la que entre todas nos
impulsamos a ser mejores, nos consolamos, nos entendemos, nos aceptamos, nos
amamos.
Entendí también
que esa inconformidad que sentía desde pequeña, era porque en realidad, el
machismo incomoda, oprime, invalida, cosifica, y había que salir de él, para
que mis hijos no vivieran esa misma desigualdad (al menos en casa). Comprendí
que esta misma incomodidad fue lo que llevó a muchas mujeres, desde inicios del
siglo pasado a comenzar la lucha por la igualdad, y gracias a ellas, yo pude obtener
educación superior sin mayor problema, puedo participar y disfrutar las
ciencias, puedo ejercer un voto, alzar la voz y expresarme. Pero estoy
consciente de que falta un largo camino por recorrer aún.
Esta lucha no es
sólo por mí, no es sólo para poder caminar tranquila por la calle sin ser
acosada, para poder vestirme como quiera sin que por ello ponga en riesgo mi
integridad física, y otro sin fin de situaciones incómodas del día a día. Esta
es una lucha por todas las mujeres, por las privilegiadas, pero sobre todo, por
las que no lo son, por las que están en los eslabones más bajos de esta cadena,
por las niñas que son violadas y golpeadas, por las mujeres que son víctimas de
violencia doméstica, por las que han sido asesinadas por el simple hecho de ser
mujer porque no queremos que se repitan, por todas esas mujeres y niñas que no
pueden hacerse escuchar.
Ser mujer sí
tiene ciertas desventajas intrínsecas, especialmente al nacer en una sociedad
machista, pero también trae consigo muchas satisfacciones, y cuestiones para
disfrutar. Todo es cuestión de balancear, disfrutando de cada pequeño oasis que
nos encontremos en el camino.
Yo sólo puedo decir
que ahora me encanta ser mujer, aprendí a conocerme y aceptarme, a amarme y
respetarme. Descubrí que tengo mucho amor para dar, así que me lleno de él, y
puedo repartirlo también a los que están cerca de mí. A todo esto debo agregar
que agradezco infinitamente el ejemplo que me ha dado mi madre, quién a pesar
de también haber sido parte del régimen machista, logró equilibrar mi vida con
su amor, y a mi padre porque ha sido incondicional conmigo, su cariño y apoyo
no han faltado.
Espero que en el futuro, las mujeres nos
encontremos en una mejor situación, en la que no se tenga que luchar más, en la
que no haya tantos tropiezos encontrando el camino a la autorrealización. Es un
sueño, pero si trabajamos en él, tal vez deje de serlo.
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